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Trump: invasión militar y el entusiasmo de yanquis de orilla venezolanos

Creí que me iba costar hallar a alguien que le hiciera un guiño de simpatía a la amenaza estadounidense de aplicar una operación militar en Venezuela, pero la rapidez de los más entusiastas colonizados mentales, superaron mis cálculos.

Como si les hubieran extirpado la parte del cerebro que debe sopesar la noción elemental de distinguir que una bomba no diferencia entre chavistas y antichavistas cuando estalla, aplauden la bravuconada de Trump como si se tratara de un auxilio que costaría solo un poco de escombros, y que luego nos ayudarían a recoger para “reconstruir el país”.

Al saber de las intenciones de Washington, que hasta hace poco solo eran señaladas como las conjeturas de una fantasía paranoica de los chavistas, me acordé de las tantas veces que alguien dijo: “ya vas a venir tú con la historia de que los gringos nos quieren invadir”.

No sé si en realidad lo vayan a hacer, o que solo se trata de un sueño para entusiasmar sádicamente a más de un venezolano descolocado en un afán antichavista, pero la intención deslenguada de decirlo sin las poses sobrias de la diplomacia, al menos me reconfirman que lo del imperialismo no es cuento de comunistas, y que la leyenda de los desvenezolanizados es una realidad incontrovertible.

A través de esa plataforma extraordinaria que son las redes sociales, estos casos folklóricos de yanquis de orilla, no han demorado para decir sin filtros que aplauden la idea, sintiendo una emoción gigante de que un golpe brutal de artillería y de marines papiaos, depongan “a los malandros que nos gobiernan”, revelando la certeza atroz de que peor que un ejército de ocupación en el territorio nacional, es que hay venezolanos, y que no son pocos, que estarían dispuestos a colaborar para que algo semejante pudiera suceder.

Ante ese panorama descorazonador de gente común animando una agresión extranjera, siento al menos una mejor consideración por aquellos que también siendo unos comunes desconocidos, prefieren pasar agachados y en silencio, porque tienen siquiera la noción primitiva de distinguir que si bien les simpatiza la idea, en el fondo del corazón saben que decirlo es moralmente ruin.

Al mismo tiempo que tanto silencio hace ruido en el cónclave opositor venezolano, y no por instinto primitivo sino por una complacencia inconfesable, siento admiración por nuestros viejos caudillos de principios del siglo XX, que siendo hombres sin mucha ilustración, pero guerreros y ambiciosos, hacían oposición con algo más de honor.

En 1902, ante la concertación de varias potencias europeas para bloquear y atacar a nuestro país, muchos de estos políticos a caballo hicieron una pausa en su rutina de alzamientos y combates en contra de Cipriano Castro, para enfrentar junto al gobernante y como un verdadero ejército nacional, a “la planta insolente del extranjero que profanó el suelo sagrado de la patria”.

Pero en vez de preferir esa lección gloriosa “Made in Venezuela”, hay mucho impresentable entre notables y perfectos desconocidos, que se decantan por dejar palpable el testimonio infeliz de una deslealtad odiosa con el país, al extremo de decir con una gracia penosa, que se ofrecerían para barrer la cubierta de un portaviones, a cambio del servicio de derrocar al gobierno que no han podido sacar por los medios convencionales.

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