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Cosechadores de miel de alto riesgo en plena jungla de Malasia

En una noche sin luna en la profundidad de la jungla malasia, dos hombres encaramados en la copa de un árbol agitan una antorcha para intentar alejar a miles de abejas de su colmena y así recoger el preciado néctar, por su cuenta y riesgo.

Cosechadores de miel de alto riesgo en plena jungla de Malasia

Estos cosechadores de miel forman parte de un grupo de aldeanos que, cada año, participan en una expedición hasta lugares aislados del bosque tropical en busca de la producción de las abejas en los Tualang, una variedad de árboles gigantes.

"Esta miel es rica en elementos nutritivos. Puede servir como medicamento, contra la tos, por ejemplo", cuenta a la AFP Abdul Samad Ahmad, de 60 años, que lleva más de 20 años participando en esta arriesgada aventura.

Como la miel de Manuka de Nueva Zelanda, también muy popular por sus propiedades medicinales, la miel malasia de Tualang se vende cara, a unos 150 ringgit (31 euros, 38 dólares) el kilo, una fortuna para los empobrecidos aldeanos del sureste asiático.

Pero esta antigua práctica de recolecta de miel está doblemente amenazada, tanto por la deforestación y la disminución drástica del número de abejas como por la falta de interés de las generaciones jóvenes.

Para estos cosechadores de miel, no hay nada como trepar hasta la copa de unos árboles que pueden llegar a medir hasta 75 metros y recoger esa miel única, producida por unas abejas alimentadas con flores exóticas de la jungla.

La temporada de colecta abarca de febrero a abril en el bosque de Ula Muda (norte), cuando las colonias de abejas llegan desde otras regiones de Asia para construir sus colmenas en las ramas de los Tualang.

- Picaduras múltiples -

Durante una expedición reciente, Abdul Samad Ahmad y otros seis cazadores de miel se adentraron en el bosque tropical antes de atravesar un lago a bordo de dos pequeños barcos para alcanzar un Tualang en el que ya han recolectado miel al menos 15 veces en 20 años.

Durante el día, clavaron palos en forma de escalera al tronco del árbol para poder escalarlo por la noche y también recogieron raíces para crear antorchas.

Al caer la noche, se pusieron varios pares de calcetines y de camisetas, así como gruesas chaquetas, para protegerse de los insectos y luego se encaramaron al árbol gigante.

Equipados con una lámpara frontal, escalaron el árbol, apoyando su ardiente antorcha contra el tronco antes de alcanzar el enjambre. De repente, miles de abejas salieron volando, atraídas por la luz de las chispas que iban cayendo hacia el suelo, ofreciendo a los cosechadores un fugaz momento para cortar las celdillas que contenían la miel y llenar su cubo.

Iban de árbol en árbol, recogiendo tanto néctar como podían, pese a las múltiples picaduras, imperturbables. El trabajo duró toda la noche. Al amanecer, regresaron con 43 kilos de miel, cansados y doloridos, aunque aseguran que ya están acostumbrados.

"Si estás en un mal lugar y en mal momento, las abejas te pican hasta que tu cuerpo se hincha", explica uno de ellos, Zaini Abdul Hamid. ¿Una actividad potencialmente mortal? Ni él ni sus amigos saben de ninguna muerte relacionada con la colecta de miel, asegura.

- Deforestación -

Esta vieja y peligrosa práctica ya no interesa a los jóvenes en los pueblos, y ninguno de los participantes en las recientes expediciones tenía menos de 45 años.

Los más jóvenes "prefieren jugar con sus aparatos. Les pedimos que vengan, pero no les interesa", cuenta un recolector, Mohamad Jairi Mohamad Arshad, de 50 años.

En cualquier caso, la producción de miel está "amenaza por la tala de árboles y la reducción de los bosques" para habilitar cultivos y construir viviendas, indica Majdzir Mardan, especialista en abejas de la Universidad Putra Malaysia.

El número de abejas en el bosque de Ulu Muda se ha reducido en los últimos años. Mardan explicó que había censado 128 colmenas naturales en un solo árbol durante una expedición en 1983 y que, en la actualidad, ha contabilizado 40 como máximo.

Los expertos llevan mucho tiempo alertando de la disminución de las colonias de abejas en todo el mundo, sobre todo a causa de los pesticidas, que diezman las poblaciones de polinizadores.

En medio de la jungla, Arshad y sus compañeros contemplan desolados su entorno, hay muchas menos flores que antes. "Los lugares en los que las abejas buscaban alimento desaparecen", constata Arshad, de 50 años. "Si no hay suficientes flores, las abejas dejarán de venir". AFP

OS

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