"Nosotros también tenemos derecho a vivir y tener una vivienda digna", reclama Patricia Correa, vocera de un grupo de personas que hace seis días levantaron un campamento en una cancha de fútbol de una céntrica comuna de Santiago para exigir la construcción de viviendas sociales.
Pero en una ciudad tan segregada como Santiago y una sociedad clasista como la chilena, el pedido de estos vecinos de la comuna de Ñuñoa (este de la capital) supone romper con un paradigma de años en la política habitacional: las clases sociales casi no se mezclan.
"Somos nacidos y criados en la comuna. La mayoría de las personas que estamos en esta 'toma' fuimos compañeros de colegio; nuestros papás fueron amigos, después se casaron y ahora nuestros hijos están viviendo acá, estudian acá", agrega Patricia, sobre una húmeda cancha de pasto, donde 90 personas -62 de ellas niños-, soportan el frío del invierno austral al interior de coloridas carpas.
Aquí duermen, cocinan en conjunto y los niños juegan decididos a encontrar una solución habitacional en una comuna donde hace cuatro décadas no se construyen viviendas sociales y en la que el valor del suelo se ha cuadriplicado en la última década de la mano de una fuerte presión inmobiliaria.
Las opciones para ellos son postular a una vivienda social en los barrios periféricos de Santiago, distantes a 20 o 30 kilómetros del lugar que los vio nacer y donde la mayoría quiere seguir viviendo pero ya no en condición de "allegados" en casas de otros familiares.
"Aquí no hay un modelo de desarrollo local, urbano armónico, y que justamente tenga en cuenta la diversidad que tenemos en nuestra comuna", reconoce a la AFP Alejandra Placencia, concejala de la comuna de Ñuñoa.
- Lucha por la no segregación-
La mecha la encendió hace dos semanas el anuncio de un proyecto para levantar una torre de viviendas sociales en la comuna de Las Condes, uno de los barrios más ricos del país y también en el oriente de Santiago, como Ñuñoa.
La idea del alcalde conservador Joaquín Lavín de construir allí una torre de 15 pisos destinada a viviendas sociales sacó ronchas entre los habitantes de las viviendas de sus vecinos, desnudando el clasismo que se impone en gran parte de la sociedad chilena.
"Puedes trasladar personas de un sitio a otro, de un día para otro, pero no le puedes modificar sus hábitos, sus costumbres, su forma de vivir", se quejó ante los medios Alejandro Pozo, vocero de los vecinos de las viviendas aledañas a la torre proyectada en Las Condes. Estos ciudadanos pusieron globos negros en sus casas y organizaron protestas para oponerse al proyecto.
La reacción era esperable en uno de los países con más desigualdades de la región, y en el que su capital, de casi siete millones de habitantes, es un fiel exponente de un diseño casi perfecto que separa por comunas realidades sociales muy distintas.
"Es difícil de entender, porque lo que se espera es que un país desarrollado sea un país integrado, no un país donde haya una alta segregación urbana y física", dice a la AFP el especialista en urbanismo y académico de la Universidad de Santiago, Jonás Figueroa.
Y aunque aún el proyecto de Las Condes está aún en discusión, abrió el camino a debatir un problema largamente postergado en el país y supone un esbozo para derrotar la segregación social.
Este miércoles, el ministro de Vivienda, Cristián Monckeberg, se reunió con un grupo de alcaldes para tratar este problema y aseguró que "a las familias no les vamos a seguir construyendo soluciones habitacionales en la periferia".
"Queremos que vuelvan a vivir en zonas centrales", agregó el ministro.
Pero los vecinos de Ñuñoa adelantaron que seguirán viviendo en sus carpas hasta lograr un comprimiso real para la contrucción de sus viviendas.
"Nos vamos a quedar acá hasta alcanzar una solución habitacional", dice Patricia.
AFP/OS
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