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Adolescentes en Río de Janeiro, entre los traficantes y la justicia

La historia de Antonio empieza una tarde soleada de sábado en la favela de Cantagalo, a unos pasos de la playa de Copacabana. Y acaba con una 9mm entre sus manos, un tiro y un amigo de 10 años con un balazo en la cabeza.

Adolescentes en Río de Janeiro, entre los traficantes y la justicia

Antonio tiene 17 años. Escueto e imperturbable, cuenta a la jueza que la muerte de su amigo Marlon fue "un accidente": ambos encontraron el arma debajo de un tanque de agua y jugueteaban con ella cuando "se disparó". Su madre, presente en la audiencia, llora por él.

- ¿Habías usado una pistola antes?, pregunta la magistrada.

- Nunca.

Antonio tiene siete hermanos y hace dos años que no va a la escuela, el mismo tiempo que su padre lleva preso. Ya fue arrestado brevemente por tráfico de drogas y dos semanas por robo. Esta vez pasará probablemente más tiempo entre rejas.

"La vida en la favela es así. Tienes que rezar mucho para que tu hijo no se involucre en el crimen", dice su mamá, Valdereiz, una corpulenta ama de casa de 45 años, al salir del Juzgado de la Infancia y la Juventud de Rio de Janeiro, que dio un inusual acceso a la AFP a sus dependencias varios días.

En la sala de espera, una docena de madres, hermanas, tías y abuelas aguardan angustiadas su turno. Todas son de zonas humildes, casi todas negras. Apenas hay dos hombres con ellas.

Este lunes declararán menores arrestados por llevar marihuana, por cometer hurtos en zonas turísticas o por robar carros a mano armada. También ocho adolescentes acusados de matar a dos compañeros de su centro de detención ahorcándolos con sábanas.

La abuela de uno de ellos, una anciana de unos 80 años, tiene que ser socorrida al salir de la declaración. Está a punto de desmayarse.

Mano de obra fácil

La delincuencia en Rio -desatada después de los Juegos Olímpicos de 2016- acaba teniendo demasiadas veces el rostro de un adolescente en sus escalones más bajos, y no solo en películas como "Ciudad de Dios".

La realidad es que muchos chicos acaban creciendo entre armas y drogas. Algunos lo pagan con la vida. Otros, acaban en manos de la justicia.

De cada mil adolescentes de Rio, 1,9 están detenidos por algún delito, según datos oficiales de 2012.

La mayoría de los menores detenidos son negros (60%), de familias extremadamente pobres (66%), generalmente desestructuradas y un 51% no van a la escuela, indica un estudio del Instituto de Investigación Económica Aplicada (IPEA).

Víctimas de la exclusión social, muchos son seducidos por narcotraficantes con la promesa de un dinero "fácil". Y resultan especialmente útiles porque la pena máxima para los chicos de 12 a 18 años es de tres años de reclusión.

La mayoría de los adolescentes detenidos en Rio en 2017 fueron acusados de tráfico de drogas (40,61%), de robo y hurto (36,62%), lesión corporal (19,16%) y homicidio (3,61%), según el Degase, el departamento encargado de los centros de menores, que no autorizó el acceso a sus espacios.

Jose está detenido desde el año pasado, acusado de robar con un arma un carro en Duque de Caxias, en la violenta periferia de Rio, y esta mañana tuvo que volver al tribunal para una rueda de reconocimiento.

"Por falta de oportunidades hice lo que hice. Somos de la favela y la gente nos trata como animales", dice este chico de 18 años recién cumplidos que, a condición de usar un nombre falso, confiesa que empezó a "dar tiros" con el Comando Vermelho, la principal facción criminal de Rio, desde los 14, cuando abandonó su casa.

¿Reinserción?

La titular del Juzgado, Vanessa Cavalieri, lamenta la escasez de políticas públicas para estos jóvenes, pero cree que ellos pueden elegir su camino y que la función de ella es remarcárselo.

"Cuando un menor es detenido, se le cae aquella ilusión de que el crimen es muy bueno por la adrenalina o el dinero y de que podía hacer lo que quería porque no le iba a pasar nada. Muchos están acostumbrados a no tener límites y aquí les mostramos que nuestras elecciones tienen consecuencias", afirma.

Sin embargo, sus propias cifras demuestran lo contrario: la mitad de los adolescentes que paran en su juzgado son reincidentes.

Cuando salen de los centros de detención insalubres y saturados de Rio, generalmente nadie les tiende una mano.

Programas como 'Joven Aprendiz' tratan de fomentar el empleo de adolescentes con beneficios fiscales para las empresas, pero los recelos hacia quienes han estado detenidos son grandes.

La justicia lo sabe: actualmente tiene 300 adolescentes infractores listos para entrar en el programa pero menos de 20 trabajan, y todos en sus propias dependencias o en empresas subcontratadas por ella.

Emilio, de 16 años, que estuvo detenido por robo, hace trabajos administrativos en un tribunal, seguro de que le ayudará a ser "una nueva persona". "Hay jóvenes que reciben la oportunidad y no la quieren y, por ese motivo, nos desacreditan a todos", asegura. AFP / RA

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