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El pueblo ruandés donde asesinos y víctimas del genocidio viven en armonía

En la aldea de Rwimikoni, a unos 40 kilómetros de Kigali, el hutu Aloys Mutiribambe vive junto a la tutsi Jackline Mukamana, una de las pocas supervivientes de una gran familia que el propio Mutiribambe mató durante el genocidio ruandés. Además de vecinos, son -según asegura él- amigos.

El pueblo ruandés donde asesinos y víctimas del genocidio viven en armonía

Mutiribambe, de 67 años, es un asesino que ha pedido clemencia.

Participó con las milicias hutus Interahamwe en la matanza de decenas de miles de tutsis en la zona del lago Cyohoha, en el sureste del país, uno de los retenes más conocidos y letales durante aquellos 100 días de terror que provocaron unos 800.000 muertos en el país, por ser un punto clave del camino de huida a Burundi.

Entre los que mató, según el testimonio de este hutu "arrepentido", estaban diez miembros de la familia de Mukamana, que fue la primera persona a la que pidió perdón en 2003.

Ocurrió cuando la Comisión de Unidad Nacional y Reconciliación (NURC), dependiente el Gobierno de Ruanda, ofreció acortar las penas de cárcel a los genocidas convictos si mostraban arrepentimiento y daban información del paradero de los restos de sus víctimas.

"Conocía a Mutiribambe antes del genocidio porque vivíamos en la misma aldea y no tenía ni idea de quién mató a mi familia. Así que cuando confesó, no podía creérmelo", evoca a Efe Mukamana.

Mutiribambe también lo recuerda: "Cuando nuestros ojos se cruzaron por primera vez desde que participé en el genocidio, creí que su primer impulso sería matarme; ella parecía bastante inconsciente y traumatizada, pero no pasó nada. Yo estaba preparado para abrazarle y pedir perdón".

No pudo, sin embargo, ser a la primera. Los pastores evangélicos que mediaron en el encuentro organizaron una segunda reunión, el hutu "sacó agallas" y "bailaron y cenaron juntos", asegura Mutiribambe.

Rwimikoni no parece diferente a otro poblado o aldea ruandesa: casas familiares de cuatro habitaciones hechas con conglomerado y cemento, y reformadas hace pocos años para que tutsis y hutus vivan, estudien y cultiven juntos.

Las viviendas de hutus y tutsis que residen allí están mezcladas entre ellas y no segregadas.

Mutiribambe y Mukamana comparten muchos aspectos de la vida, y si uno necesita un poco de aceite para freír el plátano del almuerzo, no tendrá más remedio que pedírselo al otro.

Lo que se vivió en aquellos oscuros 100 días parece ahora, 25 años después, más pasado que nunca, aunque sigue ahí.

A Mbyo, la comuna donde está esta aldea, llegó el genocidio antes de 1994, cuando el padre de Mukamana, Viceny Kaneza, fue asesinado junto a otras cinco personas en 1992, durante el régimen del entonces presidente ruandés, el hutu Juvénal Habyarimana.

"El por entonces burgomaestre de la comuna de Kanzenze, Fidel Rwambuka, y los funcionarios del Gobierno comenzaron a sensibilizar a los ruandeses para que se levantaran y lucharan contra los tutsis, alegando que iban a retornar al país y hacernos esclavos", explica A Efe Mutiribambe.

Era el miedo que corría entonces en un país con heridas muy abiertas de división étnica. Los hutus creían que los tutsis iban a volver a instaurar el orden precolonial, donde los reyes eran tutsis y los hutus hacían de esclavos y siervos.

Los colonizadores europeos -belgas y franceses- favorecieron a los hutus, haciendo que miles de tutsis migraran a países vecinos en las décadas de los años 60 y 70.

Tras la matanza en Mbyo, Mukamana y miles de tutsis se refugiaron en la Iglesia católica de Nyamata donde vivieron dos meses. Sobrevivieron y vivieron en paz por otros dos años; hasta que el avión de Habyarimana fue derribado el 6 de abril de 1994 y comenzó el terror en el país.

Mutiribambe recibió esta noticia de un grupo de líderes locales, que ya estaba equipados con machetes y fusiles.

"Nos ordenaron a todos los hombres que comenzásemos a matar y quienes se negaban eran considerados aliados de los tutsis y castigados con la muerte. A mí me enviaron al retén de Cyohoha, donde maté a miles de tutsis, incluida la familia de la que es ahora mi vecina y amiga", recuerda este hutu.

En esta zona, 45.000 cuerpos están enterrados en el monumento conmemorativo de Nyamata, construido donde se erigía la Iglesia católica en la que Mukamana buscó refugio en 1992, pero que se convirtió en la tumba de 40.000 personas asesinadas allí dos años después.

El Gobierno y la sociedad llevan 25 años de pasar páginas y poner en marcha programas tan radicales como el de Rwimikoni para que no se vuelva a vivir una nueva revancha.

"Cuando estábamos construyendo las casas, se me venía a la cabeza la posibilidad de que los supervivientes con los que trabajaba intentaran matarme, pero mi corazón sabía que moriría como un hombre perdonado", dice Mutiribambe.

Cuando el Gobierno le dio una vaca a Mukamana, el primer becerro que tuvo, se lo regaló a su vecino hutu, en uno más de los inmensos gestos de perdón de un país desgarrado por cien días de sangre e ira. EFE

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