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Cuando las ciudades dependen de andar sobre ruedas

Las metrópolis registran más de 7.500 millones de desplazamientos al día. A pie, en bicicleta, en vehículos privados o en transporte público, los casi 4.000 millones de personas que las habitan -la mitad de la población mundial- afrontan diferentes problemas cada vez que se mueven.

Cuando las ciudades dependen de andar sobre ruedas

Los niveles de urbanización, la red de infraestructuras o la calidad de los sistemas de movilidad inciden directamente en su calidad de vida.Las personas con dificultades para desplazarse dentro de su ciudad tienen un acceso limitado a empleos, servicios sanitarios y educación. Dicho de otro modo: la falta de movilidad “genera pobreza”.

"La accesibilidad es algo esencial para que los países en desarrollo crezcan. Y todo esto está relacionado con cómo se mueve la gente", recalca Salma Mousallem, delegada del Programa de Naciones Unidas para los Asentamientos Humanos (ONU-Hábitat).Según datos del Banco Mundial, cerca de 1.000 millones de personas carecen de acceso a carreteras transitables durante todo el año.

La situación es especialmente dramática en África, donde 450 millones de ciudadanos se encuentran aislados por la falta de un sistema de transporte que los conecte con los núcleos urbanos.Capitales de este continente como Nairobi y El Cairo; asiáticas como Tokio; latinoamericanas como Bogotá o las europeas Atenas y Roma tienen, además, graves problemas relacionados con la movilidad y comparten un enemigo: la congestión.

En ellas, más de 84 millones de personas gastan una gran parte de su tiempo y de sus recursos en el desplazamiento, entregando su vida a las ciudades.

Separadas por la ciudad (Nairobi)

El sueño de Esther Iruruma era “ser inteligente”, estudiar, montar su propio negocio. A sus 38 años es madre soltera y trabaja como empleada del hogar en Nairobi, pero el sistema de transporte de la capital de Kenia ni siquiera le permite ejercer su rol materno. La ciudad la mantiene apartada de sus hijas.Sus días comienzan a las 5 de la mañana en el barrio chabolista de Kawangware. A esa hora prevalece la oscuridad, pero hay pequeñas luces que se encienden aquí y allá, pruebas diminutas de la vida que despierta. Iruma y sus dos hijas - Diana (14 años) y Nessie (9) - apenas hablan mientras se visten.

A las 6 en punto salen de casa y las dos niñas cogen un “boda-boda” (moto-taxi) que las lleva al colegio. No volverán a encontrarse hasta las 7, ya de noche. Aunque también podría ser mucho más tarde.

Dependerá de que el “matatu" (minibús) en el que regresa Esther no se retrase, porque no tiene otra opción para desplazarse. Cuando Diana y Nessie regresan del colegio son recibidas por una casa vacía y todos los riesgos de un asentamiento ilegal.Su problema es el de millones de kenianos: la falta de una red efectiva de transporte público. Los icónicos matatus son un servicio privado caótico, inseguro y caro. Es lo que llaman “paratránsito”, apunta el urbanista local Constan Cap. “Es un sistema de transporte público en manos privadas, no regulado y pensado únicamente para el beneficio de los propietarios”.

Pero todo el mundo los necesita. Gracias a ellos, Esther puede salvar cada día las cerca de dos horas que la separan de Karen, el adinerado barrio donde trabaja. Tiene que coger dos matatus y caminar media hora. Cada mañana y cada tarde."Si yo no estoy, quiero que se queden en casa. Les he dicho que si un vecino las invita a comer me pregunten primero, porque no puedo confiar en todo el mundo". Diana asiente en silencio. A esa hora no debería estar ahí, pero su madre no ha podido pagar la cuota escolar este mes y la han enviado a casa.

Las niñas acaban las clases a las 5 de la tarde y regresan caminando porque no se pueden permitir otro “boda-boda” de vuelta. Tardan una hora y media en completar el camino, y lo normal es que no encuentren a su madre en casa.

Para la socióloga del transporte Gladys Moráa, el problema, común en muchas urbes africanas, es la falta de planificación y la construcción incontrolada. El concejal de transporte de la ciudad, Hitan C. Majevdia, insiste, sin embargo, en que Kenia es una economía “libre mercado” y no se puede intervenir en el sector del transporte.Esther y sus hijas encuentran su tiempo los sábados, porque los domingos lo consagran entero a la iglesia. “Cuando estamos aquí hacemos juntas las tareas de la casa, limpiamos los platos, los zapatos, la ropa. Y desayunamos y comemos juntas” explica, esta vez, por fin, sonriendo. EFE

LJ

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