Muchos padres refieren a los médicos, durante la consulta, que observan a su hijo comer por estrés, es decir, aparentemente por ansiedad y preocupación. En efecto, apuntan profesionales de la salud y publicaciones especializadas que, un sistema nervioso alterado puede llevar al joven a buscar en los alimentos saciedad, escape, refugio. Y señalan algunas causas del estrés en adolescentes, tales como: acoso o “bullying” en la escuela o el hogar; presiones para obtener buenas calificaciones; burlas por un defecto personal; y dificultad para socializar.
Hay que considerar que el paso de la niñez a la adolescencia provoca profundos cambios físicos y psicológicos que suelen agobiar a los niños, además de las exigencias escolares, algún problema financiero de los padres, una separación o la muerte de un ser querido. Algunos niños y jóvenes se encierran en lo que consideran el problema, no lo hablan con los padres y la ansiedad los lleva a comer todo lo que encuentran mientras están en casa mirando la televisión o jugando en la computadora.
Una consecuencia a mediano plazo del estrés juvenil es entonces el sobrepeso por “agobio”. En la actualidad estos cuadros nerviosos y su incidencia directa en la alimentación son estudiados más profundamente en comparación con décadas pasadas. Realmente los profesionales de la salud están tomando en cuenta este alerta de muchos padres.
Y se confirma que, comer brinda satisfacción. Resulta placentero ingerir un helado, galletas, papas fritas, tortas, así como bebidas azucaradas o gaseosas. No obstante, el exceso de grasa, azúcar, sodio y otros componentes de estos productos constituye el detonante de un aumento paulatino y serio de peso.
Si el niño es de comer moderado y repentinamente comienza a pedir más, revisar el refrigerador en busca de algo adicional, pide golosinas, puede indicar que está atravesando una crisis de estrés.
Esta información es compartida en el marco del eje de actividades de divulgación preventiva en salud impulsadas por la fundación familiar Torres-Picón, la cual se suma a los llamados internacionales para enfrentar la obesidad infantil y juvenil.
Es fundamental acudir al médico, quien determinará la necesidad de realizar evaluaciones de laboratorio en áreas claves como endocrinología, y así establecer un diagnóstico. Los padres pueden detectar que algo le sucede al niño o adolescente si presenta insomnio, sudoración excesiva, dolor de estómago, pesadez en piernas y brazos, todo esto unido al excesivo apetito.
Tal y como se ha explicado en otras entregas un importante aumento de peso, la obesidad, suele ser algo multifactorial, que demanda análisis interdisciplinario.
Los pacientes jóvenes que presentan angustias, normalmente son remitidos a terapias anti estrés, donde pueden aprender a relajarse, hablar sin temor sobre lo que les provoca dicho cuadro, adquirir seguridad y autocontrol. Son beneficios que perdurarán en el tiempo a través de herramientas que podrán utilizar en su vida diaria.
De hecho, las terapias les enseñan a detectar cuándo una situación les provoca en particular angustia o estrés, para manejarla de manera asertiva. En este campo, los psicólogos o profesionales de la conducta vienen haciendo aportes significativos.
La prevención en salud es competencia y responsabilidad de todos. Como familia debemos atender y practicarla, estar unidos, ser responsables y cuidarnos entre sí. Apoyarnos en la identificación y uso de las oportunidades para nuestro desarrollo integral. Especialmente, tenemos que resguardar el estado físico, mental y emocional de los más pequeños y jóvenes, así como tomar en cuenta y cooperar con los profesionales de la salud, mantenernos informados, entender y acatar las recomendaciones de nuestro médico más directo, precisa Pedro Torres Ciliberto, directivo y portavoz de la Fundación Torres-Picón.
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