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Cifras de suicidio infantil en Venezuela van en aumento desde 2014


Desde 2014, cada año más niños se quitan la vida en Venezuela. Tan solo en ese primer año la ONG Cecodap, que trabaja por la defensa de los derechos humanos de la niñez y adolescencia nacional, registró 11 suicidios. El pasado 2019, la cifra llegó a 88.

Sobre eso conversó este jueves, en una transmisión en vivo desde su cuenta de Instagram, la psiquiatra y doctora en Ciencias Médicas Norma Barrero, quien señala que uno de los riesgos de vivir en una sociedad en conflicto y con la violencia normalizada es que los niños se vuelve reservorios de muchas cosas y que a la hora de demandar atención y afecto no lo reciben, porque los adultos están encerrados en su propio conflicto.

“Este factor importa, pero una causa importante es la depresión médica”, dijo Barrero, que añade que uno de cada 20 niños se deprime. Algunas señales para identificar que un pequeño está pasando por un mal momento son los cambios en los patrones de sueño y/o alimentación y que renuncie abruptamente a algo que antes le gustaba, como algún deporte, y se enfoque en actividades monótonas.

Para los maestros otro signo de alerta es el declive del rendimiento escolar o que un niño de repente se vuelva problemático.

Después de la depresión, el segundo factor factor de riesgo es el entorno intrafamiliar del niño; su relación con la madre, el padre o sus suplentes en el cuidado. Esta causa es de especial importancia ahora, cuando la migración venezolana ha provocado que muchos infantes queden bajo el cuidado de terceras personas.

También influyen el bullying en el colegio, el uso de sustancias prohibidas y otros casos en su entorno, pues los niños tienden a imitar conductas. Sobre el uso de drogas, Barrero explica que es una causa cada vez más preocupante; pues cada vez los niños y adolescentes empiezan a consumir alcohol como una cosa normal. “Un niño tiene una estructura neuroanatómica todavía en desarrollo. Si le sumas sustancias es una mezcla atómica”.

Suicidios y cuarentena

Aunque el problema del bullying es grave, para muchos niños el colegio es lo contrario: para algunos niños se convierte en una especie de ancla o de soporte a la vida. El confinamiento obligatorio los distancia de sus pares, esos que podrían detenerlo o intentar convencerlo de que no.

Además, la cuarentena podría confinar a los niños a entornos familiares violentos o agresivos sin el escape diario que proporciona el colegio. “Si el niño ya estaba problematizado, de alguna manera eso lo devuelve a un entorno absolutamente violento, y eso aumenta la idealización suicida”.

Sobre el entorno país, Barrero señala que muchos niños pasan directamente a una especie de adultez temprana, que los vuelve rápidamente “desesperanzados, como si ya hubieran vivido todo. Hay mucha conversación de “niños-adultos” que parece de viejitos”.

La labor del cuidador en este caso, es aprender a manejar mejor lo que se habla con los niños. Resaltar que hay muchos lugares, además de Venezuela, atravesando lugares difíciles, pero que eso no quita la oportunidad de florecer, y enseñar que los niños suelen tener más oportunidades a futuro que sus familias.

Qué hacer frente a esto

Si hay un niño en casa, especialmente si ha demostrado ideas suicidas, lo peor es silenciar e invisibilizar el tema. Hay que hablar del suicidio infantil y que no sea tabú.

En el sentido práctico, hay que evitar dejar cualquier método posible a sus manos, guardar todo lo que puede ser una amenaza, a la par de generar espacios seguros para hablar del tema.

Lo ideal es hablarlo abiertamente y no poner sus expresiones o sentimientos en duda o tildarlos como una simple manipulación. Empezar por preguntar, por ejemplo, si el niño ha pensado en la muerte. Luego preguntarle qué ha pensado al respecto y llevar la conversación para intentar que el niño desarrolle sus ideas. “Como es un terreno frágil, el diálogo o la escucha tiene que ser abierto”. La conversación, si el padre no se siente capacitado para hacerlo solo, hacerlo acompañado de un especialista.

Barrero hace énfasis en que una técnica que nunca es positiva es la de retar al niño, decirle cosas como “¿qué quieres ganar con esto” o “tú no te vas a matar”.

Si ya ocurrió un suicidio en el entorno del niño, bien sea familiar o escolar, también hay que hablarlo. “Callarlo puede generar más sufrimiento, más culpa”.

Conversarlo no tiene porqué incluir qué método utilizó la otra persona para suicidarse. “No es lo más importante, el método no tiene ninguna utilidad para el niño”.

Para abordar la conversación se puede iniciar preguntando cómo se siente por lo que pasó. Si se habla con un grupo, preguntar qué siente al grupo frente a la pérdida. Y, sobre todo, intentar ver si alguno ha pensado algo similar.

Si un niño intenta suicidar, y frente a la crisis del sistema sanitario del país, que incluye a los sistema de salud mental, se puede optar por salir del consultorio y atenderlo con especialistas en casa. “Poner en conjunto a los que estén en cuidado del niño, darle contención al niño sin culpabilizarlo, sin señalar. No vale la pena buscarle el por qué, es el qué vamos a hacer, cómo salimos de esto”.

Aunque las cifras de suicidios siguen en aumento, -y por cada suicidio hay 20 intentos, señala Barrero-, no se puede hablar de un único detonante, todo depende del caso. Pero si, por ejemplo, es una preocupación a la hora de quitarle el celular o algún aparato tecnológico al niño, se debe procurar el balance. Controlar las horas, y empezar a incursionar con él en cosas y actividades nuevas.

Algo parecido pasa con las series o películas que lo reflejan: deben verse acompañadas de un supervisor, para que el niño pueda trabajar la muerte y sus conceptos con alguien más, y entienda que esas cosas son ficción y se alejan de la realidad.

Lo vital en estas situaciones es prestarle más atención al niño. “Los padres no podemos ser los últimos que nos enteramos de lo que le está pasando al niño. Si estamos atentos es más fácil ver las alertas”.

Es sobre todo importante cuando vivimos en una sociedad con violencia en el día a día, donde el niño escucha que murió alguien o le pasó algo a alguien con mucha frecuencia. Los cambios en el niño se pueden detectar con atención, más si hay un entorno dispuesto a ayudar. Si hay alguien, un tío, un abuelo, que pueda ver cosas y levantar las alarmas diciendo, por ejemplo, que “el niño no está durmiendo igual, está conectado hasta altas horas de la noche”, cambios que los padres deben monitorear.


Si sientes que un niño en tu entorno está mostrando señales de alarma o buscas asesoría para tratar estos temas, puedes comunicarte con Cecodap a través del número 0424-180-40-02, el WhatsApp 0424-284-2359 o el correo cecodap.sap@gmail.com.

Efecto Cocuyo.-

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