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¿Quién mató al billete de 50 mil?

Hay obligación de hablar con la verdad, con absoluto apego a la ética como base de la regeneración, ante lo que ha sido el ejercicio gobernante: ayer de robagallinas y ahora de ladrones rojos multimillonarios. | Foto William Urdaneta


Por: Otto Jansen  @OttoJansen

Los especialistas, los más serios, los que no andan edulcorando las incoherencias del gobierno, lo han venido señalando desde hace bastante tiempo: es una espiral que se repite y que no se cambia con las reconversiones monetarias, medida que ha vuelto a aparecer en nuevos rumores, sino con la decisión de cambiar el modelo económico y político Pero claro, al gobierno que pretende quedarse en el poder indefinidamente no le interesa, como tampoco a las voces reconvertidas, que pretenden pactos (no acuerdos para elecciones presidenciales, ni luchas por el rescate del orden constitucional) con el régimen revolucionario para que este se libre de la presión internacional y estos aliados (alacranes & compañía) se sientan reconfortados en sus cálculos grupales.

Bien, pero para la gente y, de manera particular, la que reside en poblaciones distantes, que tiene que pelear día a día su sobrevivencia, la moneda, los billetes en específico, aun pulverizados como puede entenderse, son un elemento de primera. Los habitantes de los municipios de la extensa Guayana, luego de que la hiperinflación arrasó con todo, e instalado en paralelo el proyecto gubernamental del Arco Minero con sus ramales de deformaciones económicas, han venido haciendo maromas con las transacciones y el uso de un bolívar velozmente devaluado. Desapareció -que nunca ocurrió- por decreto de la revolución, hace ya cinco años, el billete de 100 bolívares, en una dinámica de meses de indecisión hasta ser una vez más ratificado; fue el mejor símbolo de la ausencia de rigor técnico y de ignorar el derrumbe nacional, mientras se coreaban los planes de “Cinco Motores” y cosas por el estilo con lo que supuestamente el socialismo del siglo XXI, haría prospera a Venezuela. Desde los “bancos centrales” instalados en el pulso de todas las poblaciones y caseríos, la dinámica operativa fue la aniquilación de las “moneditas” y de los billetes de baja de denominación hasta llegar a los actualizados de montos gigantescos que tampoco son tan fáciles de obtener para el manejo popular. Al hablar de las figuras de “bancos centrales” que funcionan, acrecentados por la pandemia, desde los espacios colectivos de adquisición de alimentos y víveres, nos referimos a las manos nada invisibles de las mafias actuantes con el dinero; el accionar del delito proyectado como obra del proceso revolucionario que desapareció el calificadísimo ente emisor del Banco Central de Venezuela, por décadas analista y evaluador del uso del Bolívar como moneda de valor.

Lección que Guayana conoce


Han pasado casi cinco años de los saqueos que se dieron en la región en el año 2016, que por ejemplo marcaron a Ciudad Bolívar con el hundimiento visible de los logros de la modernidad alcanzados; todo esto originado por el manejo del cono monetario ante la inflación sin control y las deformaciones de compra- venta y la especulación desatada. Y desde ese año hasta el presente 2021, el proceso de hiperinflación, de contracción económica, de hambre y la miseria generalizada (además de la aparición de numerosas bandas delictivas, la movilización guerrillera y paramilitar extranjera que controlan la territorialidad del estado Bolívar) se han potenciado en términos absolutos. El panorama es complejo y de total incertidumbre aun para quienes dentro del poder político, manejan vínculos con el negocio sórdido. Panorama donde los guayaneses, no teniendo vasos comunicantes con la institucionalidad (débil o mayormente inexistente), por sí mismos asumen su defensa con leyes desoídas a todo nivel e invocan el rescate del orden constitucional y el estado de derecho, relativizado en los intereses de algunos.

Es perfectamente deducible que dentro de los requerimientos, en esta hora, sea un plan Guayana de largo aliento que involucre a los municipios y a todos los sectores que se planteen la transformación y el cambio del modelo económico y político para la reinvención y el crecimiento regional. Algo similar, puede pensarse, a la propuesta de Guaidó del Acuerdo de Salvación Nacional, pero profundamente regionalizado. Es evidente que para ese objetivo hay obligación de hablar con la verdad, con absoluto apego por la ética como base de la regeneración planteada ante lo que ha sido el ejercicio gobernante: ayer de los roba gallinas y ahora de ladrones rojos multimillonarios.

Pero no es con la inercia como se conquista el futuro; no son recetas vacuas y con consignas prefabricadas que alientan mesianismos o las estafas de siempre (con elecciones con candidatos fantoches y farsantes) que podemos solventar la presente hora de inminente amenaza para la población por el coronavirus y de la muerte de la democracia por el totalitarismo que agónicamente avanza. La situación de caos por el billete de 50 mil, en días pasados en Ciudad Guayana y posteriormente con saqueos y violencia en los municipios Roscio y El Callao, significan solo la punta del iceberg de la crisis acumulada en todas las localidades de Bolívar. La pregunta no está dirigida a conocer quién mata al billete: mañana será, probablemente, otro de más alta cifra. El punto es quiénes asesinan la democracia y el estado del bienestar, de derecho y de justicia. Esta lección está a ojos vista en la cotidianidad de las poblaciones de Guayana. El reto particular de esta región es desechar las fórmulas partidistas de la piratería disfrazada de juventud, experiencia e inclusive de unitarios; vencer el continuismo dictatorial en sus diversas presentaciones, así como detectar a los nuevos salvadores de la patria locales, que es el último grito de marketing político.

CDC

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