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Upata | “El médico a palos” o la tragicomedia del Yocoima

Por: CDC/Otto Jansen / @OttoJansen

Para el inmenso estado Bolívar, Upata; la maravillosa Villa del Yocoima, ha sido históricamente la flamante puerta a los municipios del sur, equivalente en décadas pasadas al encuentro con la economía del casabe de Guasipati, la proyección de una minería tecnificada que se intentaba encausar desde la empresa estatal CVG Minerven en El Callao, el núcleo poblacional del tranquilo municipio Sifontes y la rauda vía a la Gran Sabana, con sus impresionantes paisajes y una carretera que era orgullo de la ingeniería militar venezolana.

Hospital Gervasio Vera Custodio/Foto archivo

Al tiempo presente, ya conocemos por las informaciones recurrentes cómo esas jurisdicciones han sido presa del deterioro, de la anarquía y de combinados intereses de la revolución bolivariana, que ha supuesto, mediante la violencia de los grupos antisociales y guerrillas de otros países, se imponga el modo de vida a los residentes, sin que la acción de los cuerpos de seguridad o de las fuerzas armadas determinen el cumplimiento de la ley. Pero Upata refleja muy bien las vivencias de estos pueblos, siendo la tercera población de este estado, y la que alguna vez pudo pensarse con posibilidad de dar el salto al desarrollo y modernidad, que ha venido quedando reducida a la maniobrilla política regional y nacional que usa de símbolo a sus autoridades locales, especie de “animadores de fiestas”, para la narrativa prefabricada de la revolución; siendo instancias totalmente inútiles para impulsar ideas, o exigir ante los entes correspondientes inversiones trascendentes hacia la identidad próspera.

La Upata de estos últimos años se quedó sin la flota de autobuses de las empresas básicas que recorrían el pueblo, desapareció el transporte estudiantil que diariamente llegaba a la Plaza Bolívar, trayendo a los muchachos que hasta altas horas de la noche cursaban estudios universitarios en Ciudad Guayana. Es la población agobiada por las crónicas fallas del servicio de agua, por la destrucción de la vialidad y vida de sus poblados integrantes del municipio Piar (San Lorenzo, El Manteco, entre otros). El pueblo ganadero, perseguido por el abigeato y por drenajes abandonados que al llegar los periodos de lluvia se desbordan produciendo inundaciones de sectores populares completos, sigue su curso con el sopor del tiempo y el atraso drástico que sobrevive con una economía informal pobre pero persistente. Allí ha llegado como puede imaginarse por esta descomposición de años que involucró también a pintorescos alcaldes de la oposición política, la picaresca delincuencial que comienza su trajín cuando no hay capacidades, ni valores, ni conciencia y tan solo existe el regodeo de ferias y ostentación de los gobernantes. Apareció, entonces, alguien como aquel “jeque árabe” caraqueño que estafó en la década de los años 80 a todos cuantos le aplaudieron, pero que ahora por la locación pueblerina y los tiempos socialistas se disfrazó de médico y con el aval e indolencia de los “líderes” se hizo principal autoridad sanitaria; nada menos que del centro médico más importante del sur de Bolívar. 

Instrusismo oficial

Los gremios en Guayana, algunos con la sana premeditación de eludir la vigilancia que desde hace bastante tiene el gobierno en función del control político, han venido reagrupándose con los objetivos de encarar organizadamente el ejercicio profesional, fundamentalmente en el sector privado. El término de instrusismo ha sido ampliamente voceado por los especialistas hasta llegar a popularizarlo como medida frente a los profesionales falsos que atentan contra la población. Es una situación en la que han estado presentes las múltiples maniobras del socialismo bolivariano por imponer su visión y que, de esas amenazas, prácticamente no ha habido profesión que no haya sido afectada con argumentos revolucionarios de todo tipo.

Por supuesto lo que tiene que ver con el área de salud es particularmente delicado, sin que se desestime lo que ha estado pasando con los periodistas y comunicadores sociales, por ejemplo, que más allá de elementos del debate sobre el ejercicio, ha sido hilarante lo que se ha pretendido sin lograrlo. El caso de la Villa del Yocoima, con el director que no era médico, del Hospital Gervasio Vera Custodio al que ahora algunos upatenses denuncian tiene responsabilidad en saldos lamentables durante la pandemia por el manejo inadecuado supuesto, es precisamente la muestra de la deformación máxima cuando todo se relativiza a niveles de caricatura, y cuando en esencia hay  desprecio por el conocimiento. Mientras a algunos los ponen a probar su calificación, so pena de castigos judiciales, a otros no importa sino su lealtad al modelo político para que los cargos le sean asignados: eso fue lo que pasó con el “médico a palos”, que no es la comedia teatral de Moliere; es el capítulo triste, pícaro y lleno de ignorancias. Es como el célebre cuento de la crónica urbana del general Juan Vicente Gómez, que mirando un periódico al revés, a la observación del hecho, su respuesta fue que quien sabía lo hacía como quisiera; acentuando con estas conductas de ayer y de hoy, consecuencias graves a la dura tragedia de los más necesitados.

Ya se han empezado a tomar medidas, dirán algunos; vale el recordatorio de detenciones en Guayana, que pasado los escándalos, los acusados han regresado como si nada. Además se ha visto que los responsables directos de otorgar cargos y confianza se cobijan en las acostumbradas evasivas, en la descalificación, y hasta en el chistecito que pretende “echar tierra” a las denuncias. De esta manera la tragicomedia continúa en la Villa del Yocoima.

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